Las fotografías son recuerdos e historias que nos transportan a revivir emociones y experiencias que nos brindaron un momento especial, desde el instante en el que se aprieta el botón de la cámara queda inmortalizado entre la memoria, el papel y la tinta de la foto.
Danae Y. Hernández González desde muy pequeña se sintió atraída al arte, su amor a la fotografía surge como una epifanía desde el momento en que sostuvo por primera vez el cuerpo de una cámara y la necesidad de contar historias.
“La fotografía fue con lo primero que pude hacer “click”, y tomar fotos ha sido lo único que no he podido dejar de hacer desde entonces”.
La conexión que hay entre sus fotografías son un reflejo de las emociones, preocupaciones y pensamientos desde el que momento en que sale a la calle fotografiar los objetos, las personas, los lugares y los colores que forman parte del entorno. En su reciente proyecto fotográfico “Espero Pronto volverte a Ver” podemos observar el cariño y la nostalgia que Cuba dejó en ella y en la cual esta experiencia sirvió como una reconexión con la fotografía y superar un momento difícil de su vida.
Para Danae, expresarse y compartir historias a través de sus fotografías es algo que la siguen motivando a hacer más y buscar aquello que necesite mostrar y contar. Independientemente del tema, siempre habrá una persona que conecte con lo que piensa y sienta. En esta ocasión comparte con nosotros estas imágenes que a partir de la observación de los elementos que componen las fotografías 4 colaboradores se tansportaron a aquellos lugares y momentos que les permitieron escribir sus propias historias.
FOTORELATOS
El tiempo, un bien líquido que se nos escapa de las manos cuál río que corre sin detener el flujo de su cauce, y aquí estoy yo, mirando la ciudad que pareciera haber quedado detenida en el tiempo, la misma calle, la droguería de la esquina, la casa de empeños en donde entra la gente con lo que algún día fue un tesoro familiar convertido en los pesos que llevarán a casa el sustento del día, el olor a comida de la tarde, los colores desgastados, las ventanas…
Y así me paso el tiempo, observando, me gusta observar…
Viene un hombre y deja su reloj para reparación, lo abro cuidadosamente, observo la delicada maquinaria en su interior, me imagino esos engranes dentro de mis entrañas funcionando al ritmo del latido del corazón, lo reparo, aquella maquinita vuelve a caminar, me lo pruebo en la muñeca izquierda y puedo sentir el cuero desgastado de la correa, desgastado como el tiempo del hombre que lo llevó a reparación.
Pasan las horas y viene a recogerlo, regreso a mi ventana, sobre mi cabeza se lee aquel letrero que recita “asegure su tiempo”, que fortuna sería poder asegurar algo que no nos pertenece…
Es una mañana fresca. Después de la ducha se dirige al closet y elige la camisa a cuadros —Siempre me ha gustado cómo luces así, my handsome—, recuerda. Aspira profundo y abre los ojos lentamente —Amor—, dice y dedica un beso a los botones plateados que Lauren cosió la tarde previa a su último aniversario.
Yo sé que me pediste creer y seguir hasta encontrarnos de nuevo. Hoy llevé a Tommy a la iglesia. El hermano Haendel me preguntó cómo estaba. Le respondí, amablemente, que decaido. La predicación fue sobre Lázaro —Él tiene un plan para todos—, dijo, en tanto su mirada tendía un puente hasta la mía —No debemos angustiarnos por las personas que han partido. Ya están en su gloria. Aguardan por nosotros—, y otras sentencias que me incomodaron. Mientras tanto, Tommy jugaba en el patio con los hijos del hermano Peralta. No sé cómo pude sentirme tan bajo respecto a Jorge y Catherine. Él cruzó a los 9 años, iba con su familia, pero al llegar a Texas ya no estaban allí. También lo perdió todo. Cada domingo sonríe y alaba a un dios que me dio la espalda. Sus hijos me recuerdan a mis hermanos cuando salíamos de la vieja iglesia en Oregon, siempre tramando algún juego para besar a las chicas en la playa. Tú y yo éramos unos niños que jugaban en la arena. Cuando por accidente llegábamos a rozar nuestras manos, había un silencio inocente y el golpe de las olas nos separaba entre sonrisas.
El cielo resplandece. Abre la guantera del jeep e intercambia su bolígrafo y libreta por una botella de whisky. Enciende el estéreo y le da un largo trago al escocés. Elige Donna de Ritchie Valens. Al llegar al primer coro, Nelson urga una vez más en la guantera. Sale del auto y camina hacia la playa. Las nubes se abren y las aguas se mecen en su oído como alguna vez lo hicieron los brazos de Lauren en su boda.
Las gaviotas vuelan bajo, hacia ninguna parte. El revólver refleja la luz del atardecer en los ojos de Nelson, produciéndole un respiro profundo y enseguida el llanto. Se va de rodillas, derrotado, sobre la arena. Ya no escucha el mar. Limpia su rostro con los puños de la camisa a cuadros. Uno de los botones corta su labio. Nelson se ahoga en llanto, de nuevo, al recordar que fue ella quien cosió los botones plateados que ahora están manchados con lágrimas y sangre.
De camino a casa, Tomás me pidió un helado —¿Podemos, tata?— me dijo, con esos ojos que son los tuyos —Nada de dulces, Daddy. Tommy está castigado—, dijo Laura, cuando recién partimos a la iglesia. Pero yo no lo castigué, además, ya sabes que soy un abuelo complaciente. Puedo gastar mi dinero como quiera. En fin, fueron dos bombas de chocolate que devoramos en silencio dentro del jeep que alguna vez nos llevó de luna de miel. Todavía puedo oler tu perfume cuando entro en la cabina.
Lo dejé en casa de nuestra hija, no sin antes pasar por gas y recordarle que lavara su rostro “para guardar el secreto”. Al llegar al pórtico, fue John quien nos recibió. Usaba la camisa floreada que le regalaste hace dos años —It´s good to see you, Nelson. Come on, the dinner is ready—, dijo. Tú sabes que jamás he deseado estorbar en la vida de nuestros hijos, en especial de Laura. —Saluda a mi hija—, le dije. Al despedirme de Tommy, le di un abrazo por los dos y un beso en la mejilla —Nos vemos, vato—, le dije —Nos vemos, vato—, me dijo.
Siento que me escuchas, que me puedes mirar.
Al cabo de dos horas, Nelson despierta en la playa, se pone de pie, sacude la arena de su ropa, compone su cabello y se dirige de vuelta al jeep. Recuerda que el revólver aún está ahí, tan cerca.
Lo intento, chaparra. Lo hago.
De camino a casa, Nelson pasa por una lavandería, así que detiene el jeep. Sin más, entra al sitio y mete la camisa a cuadros con los botones de plata en el orificio de la máquina. Inserta 25 centavos y va al jeep de nuevo, a la guantera.
La fotografía nos transporta a momentos los cuales pueden ser desconocidos, y a partir de la observación de los espacios, objetos y personas que se encuentran en el entorno de la imagen permite imaginar y crear historias desde la perspectiva de quien la esta contemplando.
Si te gustó alguna de las fotografías, toma captura de pantalla y escríbenos tu relato en los comentarios de la publicación, queremos leer tu historia.